En habitaciones propias hay tiempo para uno mismo. Elegir el pequeño placer que hace el día más llevadero en forma de una taza de té, la lectura de un libro, una conversación con un familiar, un amigo, para escribir un poema o simplemente no pensar, dejarse mecer por la languidez. Ese momento en el que se mezclan los sueños de la juventud y la desesperanza de la madurez.

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